lunes

Historia sin Contar. Cap. III



Al colgar la llamada de Claudia, no supe qué pensar ni qué hacer,  me quedé petrificado con la mirada perdida en el vacío y en mis oídos  retumbando las palabras de ella: ¡ESTÁ MUERTO! ¡LUIS ESTA MUERTO! El entendimiento se rehusaba a asimilar aquella catástrofe y me preguntaba una y otra vez ¿muerto? ¿Luis… muerto? Mi cabeza se negaba aceptarlo, todo mi ser protestaba ante aquella realidad que acaba de escuchar: tu mejor amigo… ya no está. Me recargué en la pared dejándome deslizar hasta quedar sentado en el piso con las rodillas dobladas pegándose a mi cuerpo. Tomándome la cabeza con las dos manos comencé a mesarme los cabellos como queriendo sacar aquella estúpida idea de la muerte de Luis pero era inútil, la voz de Claudia, abrasada en sollozos, entró como un torrente de luz dejándome claro aquella terrible realidad dando paso a un llanto como resultado de ésta gran pérdida.

No tengo certeza del tiempo transcurrido pero para cuando empecé a moverme, me di cuenta que tenía las articulaciones entumidas por la falta de movilidad. Respirando hondo, obligué a mis miembros a obedecer no pudiendo evitar un gemido de dolor al enderezarlos. “Me estoy volviendo viejo” pensé para mis adentros y dando un último estirón me levanté. Sacudí el polvo de mi ropa de forma mecánica, di un último vistazo alrededor del cuarto donde estaba, tomé mi mochila con la computadora dentro y decidí que ya no tenía nada qué hacer en aquel lugar. Antes de salir de la casa, y dirigirme a la de mis amigos, bajé a la cocina a tomar la llave de seguridad de la caja fuerte donde guardaba todo lo que tenía algún valor personal o económico para mí. Recé para que el monstruo no la hubiera encontrado, y para mi sorpresa, la cocina ¡se hallaba incólume! La llave estaba escondida en el interior de un bote de café. Siempre he sido un tanto paranoico con respecto a la visita domiciliar de los amigos de lo ajeno así que, para no facilitarles las cosas, todo lo de valor lo tengo guardado en el banco. Me colgué la llave al cuello y salí por la puerta trasera sin voltear a ver lo que había sido mi hogar tres días antes.

Era un día nublado y frío. La neblina no se había levantado en todo el día y era poca la gente que circulaba por las calles dando la impresión de tristeza. Observaba las ventanas de las casas donde el fuego de las chimeneas ardía, las familias se reunían alrededor de ellas y las risas de los niños celebrando las tazas de chocolate caliente que las madres servían. Hacía tres días que la vida me sonreía, un trabajo bien remunerado, una hermosa chica con la que comenzaba a salir y un montón de amigos con los que salía a pasar el tiempo. De la nada, sin saber por dónde, fui atacado por un ser que no tenía ni idea de qué era, mi casa destruida y mi mejor amigo muerto. Luego estaba aquella marca que no se me quitaba del brazo, además, nadie la podía ver más que yo ¿en qué clase de cuento de hadas o monstruos estaba yo metido?, ¿qué significaba todo aquello?, ¿dónde podría encontrar respuestas o al menos pistas para poder aclarar todo? Por más que me devanaba la poca materia gris que tenía todo lo que veía era la misma oscuridad de siempre. Lo único claro que tenía era que mis sentidos se habían despertado de una forma inaudita ¿por qué? Ni idea. Pasé antes por el banco a recoger mis cosas de la caja fuerte que eran mis documentos para salir del país, un medallón que mi madre antes de morir me dejó, el cual, había pertenecido a mi abuela. Tomé el dinero en efectivo que guardaba ahí para alguna emergencia y, como es claro, ésta era una de ellas.

Por fin llegué a la casa de Luis. Alrededor se encontraban una ambulancia y una patrulla policíaca. Honestamente me resistía a entrar, tenía miedo de encontrarme con su cuerpo y de ponerme a llorar como una Magdalena enfrente de los demás. Por otro lado, estaba Claudia, ¿qué le diría? ¿cómo la podría consolar? Súbitamente caí en la cuenta que no me había dicho ¡de qué murió! Yo supuse que fue el horripilante ser pero ¿fue así?,  ¿no habrá muerto por otro motivo? Algo en mi interior me decía que no existía otra explicación plausible, que la causa de su fallecimiento era él, el monstruo. Suspiré y me encaminé al interior.

El cuadro con el que me hallé enfrente de mis ojos no podía ser más triste, más doloroso. Claudia lloraba, sentada en un sofá, tomándose las manos con fuerza y restregándoselas con nerviosismo. Un policía, supuse que lo era por la gabardina que vestía y un bloc de notas en sus manos, sentado a su lado esperaba pacientemente. Los paramédicos, con sus estetoscopios colgados alrededor del cuello, se movían empujando equipos, que sabe Dios para qué servían. Otros policías caminaban alrededor de la casa como una estampida de elefantes tocando todo, observando todo. Claudia levantó la vista y al verme se paró rápidamente tirándose encima de mí para abrazarme y continuar llorando. Lo único que pude hacer en ese momento fue hacer exactamente lo mismo: abrazarla y llorar la muerte de Luis.

El capitán Ángel G. Vilchis, nombre del detective vestido de gabardina, tocándose la punta de su bigote y cruzando su pierna,  se dispuso a escuchar las historias que teníamos que contarle ambos. Tenía cara de tótem indio, sin expresión, hierática, dispuesto a escuchar quizá una historia más de muertos. Sacó una pluma bic del bolsillo de su camisa, abrió su bloc y con un simple “adelante” nos animó a hablar. Yo le conté toda mi historia, ocultando lo de mis súper sentidos y las manchas verdes en mi casa. Al terminar de referirle lo que tenía que decirle, me pareció ver una tenue sonrisa de incredulidad, quizá de burla, pero inmediatamente desapareció. Yo me quedé en silencio esperando alguna pregunta pero su mirada se posó en Claudia - ¿Señora?-. Ella me miró un momento, asentí con la cabeza, y regresando sus ojos a él comenzó.

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Poco después de que él se fue, refiriéndose a mí, Luis discutió conmigo alegando que con mi actitud daba a entender que yo creía la historia del monstruo, que esas cosas eran cosas de una cabeza afectada y que me olvidara de ellas – se fijó en mí como en tono de disculpa-. La realidad era que yo no tenía ningún argumento con qué rebatirle pero en el fondo creía la historia. Salí enfadada de la habitación y salí a la calle a tomar un poco de aire fresco, quería despejar la cabeza. Llevaría unos treinta o cuarenta minutos fuera cuando algo en el ambiente cambió, el aire se hizo más denso porque era difícil respirar, la temperatura bajó rápidamente y una inusitada oscuridad cubrió el lugar, sin embargo, me podía mover con rapidez, el frío no afectaba mis miembros. Me giré para todos lados, esperando que el monstruo apareciera, pero nada, solo un silencio mortal. 

Noté, que los árboles a lo largo de la calle, en dirección a mi casa, mientras más se alejaban de donde yo estaba, se iban llenando de escarcha. Al mirar al cielo, la oscuridad se hacía más densa en esa dirección, las nubes, negras como las fauces de un lobo, se arremolinaban cerca de mi hogar. Un miedo terrible se apoderó de mi corazón y soltando un gran grito comencé a correr hacia aquí. La gente del vecindario salía de sus casas gritando, se tiraban al piso revolcándose y tomándose de la cabeza o intentaban subir a sus coches para huir de ahí.  Había automóviles chocados y cláxones sonando sin parar.   Mientras más me acercaba más difícil era coordinar mis movimientos, el frio hacía presa de mis articulaciones y mis piernas terminaron por temblar con espasmos de frio y dolor. Mi casa se visualizaba desde el lugar donde había caído, unos nubarrones negros se cernían sobre ella, y se palpaba, no encuentro otra palabra para describirlo, la maldad que emanaba de aquel lugar. Mi respiración era entrecortada, mi visión comenzaba a fallar y sentía que pronto perdería el conocimiento pero de pronto, una voz como venida de lejos, llegó a mis oídos:

-          ¿Dónde esstaá? – era un voz sibilante y llena de ira- ¿Dónde esstá?

Yo esperaba escuchar la voz de mi marido pero solo escuchaba aquella horripilante voz. Segundos antes de perder el conocimiento escuché un grito desgarrador y todo se volvió oscuridad. Al despertar todo estaba en orden, las nubes habían desaparecido, el frío, todo… todo igual que antes. Todavía con mis piernas y brazos adoloridos, me levanté, y abrazada a mí misma me encaminé con pasos inseguros a la entrada de mi casa. La perilla de la puerta estaba rota, un olor asqueroso se colaba del interior. Con una mano abría la puerta temiéndome lo peor, todo se encontraba en penumbras. Cuando mis ojos se acostumbraron a ella vi con espanto que todas las cosas se hallaban tiradas y rotas, las paredes tenían esos surcos que usted ha visto, como si unas garras hubieran pasado por ellas. El olor era insoportable pero el apuro por encontrar a Luis hizo que siguiera avanzando. Mis pisadas hacían eco al pisar los objetos tirados o escombro de las paredes, mis ojos observaban cada recoveco del lugar, cada rincón, y mi corazón se aceleraba desbocado al no hallar ningún rastro de él. Todas las habitaciones se encontraban en la misma situación, el piano roto, cuadros, estanterías, todo. Al llegar a la cocina el olor era peor, era nauseabundo, asqueroso y estuve a punto de no entrar si no fue porque de reojo alcancé a ver una mano sobre la mesa. Se me cortó el aliento, me llevé la mano al pecho, abrí la puerta con la otra y ahí estaba Luis, sentado y la mitad de su cuerpo sobre la mesa con los ojos perdidos en el vacío.
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El inspector G. Vilchis se arrellanó en el sillón tomando las últimas notas de la declaración de Claudia, un policía le alargó un papel y él, sin prisas, lo leyó. Alzó la vista hacia nosotros, nos observó largamente y nos preguntó si tomábamos droga a lo cual respondimos que no. Asintió, pasó la mano por el bigote y se rascó la barbilla.

-     ¿Saben qué tengo aquí en la mano? Es el resultado preliminar del forense y hay algo extraño en todo esto, más bien inaudito, este papel arroja que el difunto no tenía …corazón.

Al escuchar esto di un brinco y con voz ronca pregunté:

-      ¿Qué ha dicho? ¿le abrieron el pecho? ¿ladrones de órganos?

-   ¡Eso es imposible señor Inspector! ¡Yo misma lo vi y no tenía nada el pecho! – exclamó Claudia con vehemencia.

-      Eso que dice es verdad señora y al revisar el cuerpo no muestra señales de violencia a excepción de su rostro que refleja un rictus de dolor y desesperación. Por eso mismo he dicho que es inaudito – restregándose la punta del bigote que al parecer era parte de su personalidad.

-    Señor Inspector ¿me dejaría usted ver el cadáver? Quisiera asegurarme que lo que dicen ustedes es verdad – dije mirándolos alternativamente a los dos.

Claudia me miró con extrañeza y luego con una súbito entendimiento, le rogó al Inspector que me dejara verlo. El policía asintió y nos guió hasta presencia del cadáver que se hallaba ya en una bolsa de plástico negra, bajó el cierre, la abrió de par en par y con un movimiento de la cabeza me indicó que me acercara. El rostro era una pura masa de terror pero no se observaba ningún golpe u otro signo de violencia. Bajé mi mirada hacia al pecho, le abrí la camisa y tal como me lo temía, ahí estaba, una cicatriz circular, roja y tan grande como el puño de un boxeador. Pasé la yema de mis dedos alrededor de ella palpándola.

-          ¿La tiene? – escuché la voz de Claudia detrás de mí.
-          ¿Tiene qué? – preguntó el detective.
-          La cicatriz.
-          ¿Qué cicatriz? – preguntó con vehemencia el policía.

Le conté sobre la cicatriz que yo tenía, se la mostré, pero obviamente aclaró que no la percibía. No sé qué pensaría el Inspector pero seguramente que éramos un par de chalados que disfrutábamos de algunos shots de marihuana. Suspiró, guardó la libreta y dijo con voz calmada:

-      Haré que los revisen a ustedes dos. Marcas que no se ven, torbellinos, frío. No salgan de la ciudad sin avisarme.
-   ¿Perdón? – me atreví a preguntar- ¿No salir de la ciudad? ¿Ha tomado declaración a la gente de la colonia?
-     No señor, así que será mejor que un toxicólogo los revise a usted y a la señora y déjenos a los testigos a nosotros. Ya les avisaremos el adelanto de las investigaciones.
-    ¡Oiga usted! ¿acaso piensa que nosotros nos estamos inventando esto?,  ¿y el corazón?, ¿cómo lo explica?, ¿somos magos o qué? – exclamó airada Claudia
-       Señora, por favor… yo…
-     ¡Señor! – entró un policía corriendo – ¡Han atacado el banco! ¡Han matado a todos!

Escuchamos petrificados la notica y de forma intempestiva se abrió la puerta donde estábamos y vimos a una señora de mediana edad parada en la puerta. Nos quedamos sin habla y esperando alguna explicación.

-       Perdonen ustedes por mi súbita aparición. Mi nombre es Carmen y lo que dicen estos dos señores es verdad. Su nombre es Dabog el demonio eslavo


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