Dos noticias que cayeron como
balde de agua fría: la muerte de la gente del banco y… un demonio eslavo. Al
escucharlas, pasé mi mano derecha por mis cabellos queriendo entender qué era aquello
sobre un demonio y qué tenía que hacer en mi país y más concretamente conmigo. Me giré sobre mis talones buscando el sofá
para sentarme y poder pensar mejor. Quería aclarar mis ideas cuando escuché la
voz de Claudia dirigiéndose a Carmen, la señora que acaba de llegar.
-
¿De qué le conoces? ¿quién eres?
-
Como ya les dije, mi nombre es Carmen y parte de
mis orígenes se remontan a Eslovenia. Por parte de padre soy latina, de ahí mi
nombre, pero por parte de madre tengo sangre de aquel país. Al noroeste de Eslovenia,
está la zona de los Alpes Julianos, y se pueden encontrar los parques naturales
más extensos de Europa conocidos también como los parques de Triglaw. En esa
pequeña parte del mundo se encuentra el pueblo de Bled, de donde es originaria
mi madre, a las orillas del río Soca. Es un lugar espléndido, rodeado de
montañas, unas cascadas al norte y un lago al sur.
-
¿Pero qué tiene que ver ese pueblo con lo que
está pasando?- interrumpí a Carmen y observaba al inspector Galindo Vilchis
quedarse en el dintel de la puerta para escuchar la explicación mesándose los
bigotes.
Carmen
me observó con gesto divertido ante mi impaciencia, respiró hondo y continuó
con su relato.
-
Hasta hace unos años, 110 para ser exactos, era
un lugar tranquilo y se recibían las visitas de personas que querían conseguir un
mineral que solo se da en los Alpes Julianos. Mis abuelos vivían del poco
ganado y sembradíos que tenían. En realidad era un pueblo pobre en ese tiempo y
el tener visitantes, aunque fueran mineros, le daba vida y dejaba algo de
dinero. Los habitantes del lugar eran muy amigos entre sí. Había, como toda
población pequeña, la gente principal del pueblo, herrero, tenderos, la guardia
que cuidaba de la seguridad, etc. Como en todo lugar, existían pequeñas
rencillas entre ellos pero no pasaba de ahí, en fin, que reinaba un ambiente de
armonía.
-
Por lo que dices, era un lugar bastante
agradable – comentó Claudia interesada en la plática- ¿Qué pasó después?
-
Según contaba mi abuela, los veranos por esos
lares, eran maravillosos – continuó Carmen-.
Todo se vestía de verde, las flores estaban en todo su apogeo y la tierra olía
a humedad. Las montañas lucían imponentes e invitaban a los más aventureros conquistaran
sus cumbres. La gente se encontraba de buen humor, los amigos se reunían al
finalizar el día y se oían historias de todo tipo. Los muchachos, ávidos de
historias, se sentaban alrededor de los mayores y escuchaban con gran atención
los relatos que se narraban. Mi abuelo, que contaba en ese entonces 20 años, era
de los chicos que se reunía con los demás por las noches. Un tarde, al terminar
la jornada de trabajo y después de haberse lavado, llegó a la posada de
Jaroslav con ánimo de tomarse una cerveza con sus compañeros y oír las noticias
del mundo exterior ya que, en ese momento, se hospedaban en la posada varios
mineros llegados de la ciudad. El
ambiente no podía ser mejor, se escuchaban las bromas y las risas de los
presentes. Las bebidas iban y venían por las mesas donde todo era algarabía,
gritos y algún intento de camorra que era sofocada inmediatamente por los
propios asistentes del lugar. En una esquina de la posada, se encontraba Evzen
tocando su Gajda (gaita) animando el lugar con música de la región y, como
suele suceder, siempre hay alguno que pone a prueba el sentido auditivo con
cantos conocidos por todos. Mi abuelo Duscha,
se acercó a la barra donde vio, con gran placer, a su mejor amigo Durian.
(Los diálogos que siguen a
continuación son parte de la historia de Carmen y de lo que sucedía en la
Posada de Jaroslav)
-
¡Durian! ¡Hombre! ¡Qué alegría verte por aquí! –
gritó, haciéndose oír entre la multitud, el abuelo de Carmen dando una palmada
en la espalda de su amigo.
-
¡Duscha! ¡amigo mío! ¡acércate y brinda conmigo!
- se giró Durian con una sonrisa franca y abalanzándose sobre su amigo le dio
un gran abrazo apretándole con fuerza.
-
¡Te estaba esperando! – gritó Durian a su amigo
y tomando las dos cervezas lo invitó a que lo siguiera con un movimiento de
cabeza.
Los dos jóvenes habían crecido
juntos. Habían estudiado sus primeras letras con el viejo Nicholai el profesor
del pueblo, y siempre que castigaban a uno el otro se encontraba a su lado. Se
querían como hermanos y se sentían orgullosos que incluso sus nombres tuvieran
como inicial la letra D.
-
¿Qué tenemos hoy por aquí? Veo que se ha dejado
venir todo el pueblo – dijo Duscha observando alrededor del local-.
-
Al parecer Vaclar, el anciano del pueblo, vendrá
hoy a contar sus viejas historias de la montaña. Ya sabes que los mineros del
pueblo siempre están ansiosos por escuchar sus historias. ¿Sabías que hoy por
la tarde uno de los mineros se accidentó en una de las cuevas de las montañas?
-
No, no tenía idea. ¿Qué sucedió?
-
Pues al parecer el tipo se adentró en una cueva
inexplorada para revisar si contenía el mineral que buscan pero resbaló
quedando atorado en un orificio del piso.
-
Bueno, eso le puede pasar a cualquiera – comentó
Duscha quitándole importancia al asunto con un gesto de la mano-.
-
Es verdad lo que dices pero el hecho es que la
historia no acaba ahí – contestó Durian quedándose pensativo.
-
¿Cómo dices?- apuró Duscha lleno de curiosidad.
-
Cuando se dieron cuenta los demás que no salía
de la cueva se adentraron para asegurarse que nada malo había sucedido. Unos
quinientos pasos adentro se encontraron con el minero y al dar un vistazo con las
antorchas se quedaron con los ojos abiertos.
-
¿Qué vieron? ¡Anda hombre suéltalo! – le apresuró
el abuelo de Carmen.
-
La verdad no me queda muy claro pero cuentan que
en el piso había un círculo con un triángulo dentro, unas velas tiradas y una
piedra enorme al lado de lo que parecía ser la entrada a otra caverna. Se
acercaron a ella pero un viento helado los detuvo llenándolos de temor. Se
apresuraron a rescatar a su compañero y salieron como almas que lleva el
diablo.
Un silencio se interpuso entre
los dos amigos. Ambos metidos en sus propias ideas y, como toda gente de la montaña,
llenos de supersticiones y pensamientos oscuros. Durante un largo rato se
quedaron callados dando sorbos a sus tarros de cerveza cuando un ruido en la
puerta y un silencio repentino en el local, hicieron que giraran para ver qué
sucedía. El viejo Vaclar entraba con su largo bastón a la posada dirigiendo sus
pies al centro del local. Los hombres se abrían para darle paso a aquel hombre
de sobrada ancianidad. Vaclar caminaba lentamente, sin mirar a la gente que se
encontraba a su lado. El ruido del bastón resonaba en toda el lugar al dar con
el piso de madera. Un silencio profundo llenó los espacios que hasta se podría
cortar. El más anciano del pueblo tomó su lugar en la mesa central de la posada
de Jaroslav. Los hombres, tanto los del pueblo como los mineros, comenzaron a
sentarse junto a él esperando a que hablara. Se dejaban oír las pesadas
respiraciones de aquellas personas con los ojos ansiosos y fijos en aquel
anciano.
-
Cuentan las historias antiguas que estas tierras
– comenzó el viejo-, no eran lo que son ahora, tierras fértiles, habitables
donde los hombres pueden vivir con tranquilidad. Existió un momento en que las
guerras intestinas entre los pueblos eslavos dominaban y la paz no era posible.
Las Crónicas Eslavas cuentan que el
demonio Chernobog, ahora solo
conocido como Dabog, era el que estaba detrás de toda esa calamidad. Organizó
sus propios ejércitos para dominar a los hombres. Los antiguos códices relatan
que les quitaba el corazón para comérselo y hacerse más poderoso. Aquellos que
pactaban con él les respetaba sus vidas con la expresa condición que tenían que
traerle víctimas para alimentarse de ellas y ayudarle a conquistar a aquellos
que se negaban a servirle. El mundo era un caos y probablemente hubiera logrado
su propósito sino hubiera sido por Belobog, el ángel bueno, que ayudó a
reprimir todo este desastre.
-
Pero… ¿cómo es posible que un espíritu como
Dabog comiera corazones? ¿No se supone que ellos ya son poderosos sin necesidad
de ese tipo de alimento?- preguntó Durian.
-
Es muy cierto lo que dices, pero en realidad,
para que ellos pudieran habitar la tierra, se necesitaba que adquirieran un cuerpo
material. Eso los hacía vulnerables a la muerte y sus espíritus regresaban al
mundo del que vinieron, sin embargo, Belobog venció a Chernobog quitándole su
cuerpo material y encerrándolo en una caverna de los Alpes Julianos. Claramente
son historias antiquísimas y nadie sabe el lugar donde fue encarcelado.
-
¿Qué tiene que ver esto con lo sucedido hoy
viejo? – preguntó un hombretón de forma abrupta.
-
Se dice que para encerrar al demonio negro, Belobog
usó un medallón poderosísimo que tenía grabado un triángulo encerrado en un
círculo, el mismo que vieron ustedes en la montaña.
El silencio y el miedo volvió a
hacer presa de los presentes, como un puño de acero que no deja libre a su
víctima.
(Vuelta al presente)
-
Hace 200 años fue abierta esa puerta – continuó
Carmen- por unos muchachos que encontraron la cueva. El demonio solo hacía
pequeñas apariciones en diferentes países y no era fácil rastrearlo.
-
¿Pero cómo es que tú sabes todo esto Carmen? –
pregunté con un hilo de voz.
-
Porque yo… yo soy descendiente directa de Vaclar
y él a su vez de la familia de uno de los tres jóvenes que abrieron el portal.
-
¿Y por qué me sigue? ¿Por qué me anda buscando?
No es casualidad que haya estado en mi casa, aquí y en el banco. ¡Son los
lugares que yo he estado! ¿Qué quiere de mí? – pregunté exasperado y temiendo
la respuesta que empezaba a adivinar.
-
Porque tú eres el portador del medallón de
Belobog. Tú desciendes de la familia que ayudó a capturarlo y son guardianes de
él.
Sentí la mirada de todos sobre
mí, el mundo comenzó a girar en un torbellino de sentimientos y lo último que
vi fue la mirada de Carmen observando mi reacción.
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