Cuando desperté de mi embarazoso desmayo, iba en el coche del inspector Galindo. Parpadeé varias veces tratando de entender qué pasaba. La tarde estaba encapotada y las calles no estaban muy concurridas debido al frío que prevalecía en el ambiente. Me enderecé en el asiento, miré a mi alrededor, Carmen iba de copiloto dando unas indicaciones al inspector que no yo no alcanzaba todavía a comprender, Claudia dormía a mi lado, agotada del largo día y tratando de olvidar la pérdida de Luis. Sacudí la cabeza para terminar de clarificar mi mente soltando un ligero gemido.
-
¿Cómo se siente?- preguntó el Inspector con amabilidad.
-
Tratando de volver en mí todavía – respondí con
lentitud-, pero supongo que no tardaré en estar bien.
-
Demasiadas emociones para él en un día
inspector. Saber que un demonio eslavo lo busca a él por el medallón de Belobog
no es una noticia fácil de digerir-
terció Carmen.
-
Cierto – sentenció el inspector-.
-
¿Y qué pasó en el banco? ¿cuántos muertos son? –
pregunté con ansiedad.
-
Seis muertos en total, tres guardias, dos
cajeras, una ejecutiva de cuenta y el gerente del banco, todos muertos de la
misma forma que Luis. Afortunadamente fue a una hora que el banco no atendía clientes,
si no, la cantidad de muertos hubiera sido desconsoladoramente increíble. Por
cierto, tu caja de seguridad es la única que estaba abierta, de hecho…
destrozada.
-
¡Uff! Qué sorpresa- contesté con ironía tocando
el bolsillo de mi camisa sintiendo el medallón-. Supongo que tendría que
sorprenderme pero no sé por qué no lo estoy. Por cierto ¿a dónde nos dirigimos?
Esta zona de la ciudad no la conozco.
El inspector miró a Carmen como
animándola a hablar. Era fácil adivinar que este viaje era idea de ella y no del
policía. La luz del día caía con rapidez y se hacía cada vez más difícil ver
las caras de mis interlocutores. Pasados unos minutos, ella soltó el aire de
sus pulmones, giró su cabeza y contestó:
-
Tenemos que alejarnos lo más que podamos de este
sitio. Dabog, al tener forma material, solo tiene dos ojos y, aunque es poderoso,
no tiene forma de saber dónde te encuentras si no es con ayuda. Tiene espías
que siguen tu pista, hombres y mujeres que por conseguir poder y riqueza se han
asociado con él. No le fue fácil localizarte y la verdad no tenemos idea cómo
le hizo para encontrar tu rastro en esta ciudad.
-
Un momento – interrumpí su diálogo- ¿Tenemos?
¿Quiénes “no tenemos idea”?
Carmen paró de nuevo su conversación
quedando pensativa un momento considerando la conveniencia de contarme o no lo
que sabía. Por la oscuridad creciente, me era imposible saber ver su cara y
tratar de adivinar lo que pasaba por su cabeza.
-
Lo único que te puedo decir es que no estás
solo en esta guerra, porque, por si no
lo has considerado, esto no es un pleito entre pandillas sino una guerra en
toda forma. Quédate con el dato que tienes quién te ayude aunque no sepas
todavía quiénes son.
-
¿Por qué no puedo saberlo? – insistí. Los
acontecimientos recientes me tenían con los nervios de punta y el moverme en la
oscuridad de la ignorancia no me complacía de ninguna forma.
-
Dabog vendrá por ti, por nosotros, y si te
captura, será mejor que la información que tengas sea mínima. Sin embargo,
inspector, usted se puede retirar. Usted está fuera de la jugada del demonio
esloveno, así que, después que nos deje donde le indique, le conviene irse.
Sería lo mejor para usted.
-
Sería pero no pienso bajarme. En mi sector han
sucedido muchos asesinatos en pocos días y creo que es mi deber averiguar qué
pasó. Además, quisiera agregar que dejen de decirme inspector, mi nombre es
Ángel- y con parsimonia se tomó de los bigotes para volver a mesárselos y
retando con la mirada a que lo contradijeran.
-
No tiene que venir… - comenzó con firmeza Carmen
- Déjelo, si quiere venir que venga. Necesitamos
manos en esta guerra así que es mejor que se quede – interrumpió Claudia con la
misma determinación que Carmen y, para sorpresa de todos, se le veía bastante
despierta.
- Muy bien, muy bien – proseguí y cortando a
Claudia- que se quede, pero ahora dinos hacia dónde vamos.
Carmen, que se veía que no estaba
acostumbrada a que le impusieran cosas, sino más bien, a que ella las ordenara,
hizo una mueca de disgusto. Se le quedó viendo al inspector y alzando su dedo
índice lo señaló amenazadoramente pero sin argumentar nada en contra.
-
Dabog, como les decía, tiene espías apostados en
todos los lugares que frecuentas. De esta forma se enteró de tu rutina
ordinaria y no le fue difícil dar con tu casa y con la de Luis. Para ser
sinceros, él cuenta con recursos de los que nosotros adolecemos. Tiene gente en
todos los niveles sociales y de las más variadas profesiones así que él tenía
más posibilidades de encontrarte. Nosotros no sabíamos en qué lugar del mundo
vivías hasta que sucedieron los choques antes de tu primer encuentro con él. Una
de nuestras estrategias, al no tener sus recursos, era seguir a sus espías
desde las trincheras. Mientras seguíamos a uno de ellos, nos percatamos, por la
forma en la que comenzó a comportarse, que algo raro sucedía. Normalmente no los
atacamos para dejarlos hacer y, de esta forma, darnos cuenta si algo extraño
surgía en el ambiente. En esta ocasión tuvimos que actuar. Lo cogimos después
de una gran persecución por la ciudad pero desafortunadamente, después de un
largo tiroteo, quedó mal herido y al
borde de la muerte solo susurró, con una sonrisa malévola en la cara, que te
habían encontrado, que habíamos perdido la partida. Como comprenderás, nuestra
urgencia por encontrarte se convirtió en desesperación. El medallón no podía, no puede caer, en las
manos malditas del demonio. Lo registramos y para nuestra gran fortuna, tenía
fotos tuyas tomadas desde su teléfono, la dirección de tu casa y la rutina que
seguías normalmente. Nos pusimos en
marcha con gran celeridad pero para cuando llegamos a tu residencia ya era
tarde, toda ella se encontraba en un estado tan lamentable que supusimos que en
verdad ya no teníamos nada qué hacer. Nos disponíamos a regresar a nuestra
guarida cuando entró una llamada diciendo que acababas de dejar el banco veinte
minutos antes y te encontrabas en la casa de tus amigos. Corrimos hacia allá y
el resto ya lo conocen.
Todas esas historias me sonaban
tan fantásticas que de no haber sido porque estaban sucediendo pensaría que
estaba en medio de candidatos con cualidades suficientes para ingresar al manicomio
de la ciudad. Las preguntas se me
agolpaban en la cabeza pero había algo que no encajaba del todo ¿cómo supieron
quién era yo? Si los “buenos” de la película no sabían dónde encontrarme ¿cómo
ellos sí? Por otro lado, eso de ser el portador del medallón era la primera
noticia que recibía. Yo me consideraba de este país, me sentía orgulloso de ser
ciudadano de este lugar y ahora venía una señora desconocida para mí para
decirme que soy descendiente de ¡quién sabe quién! Seguramente dentro de mis
antepasados hubo bandoleros y le robaron el medallón a alguien, ¡yo que voy a
ser eslavo!, ¡nada más eso me faltaba! En el fondo no me sentía seguro de nada,
me quería engañar diciéndome muchas cosas pero la realidad es, que las palabras
de mi madre al dejarme el medallón me azotaban como un látigo inclemente en mi
cabeza: “cuida de este medallón con tu vida, es lo más valioso que te dejo
antes de irme a la tumba”. Con el dolor que me embargaba al ver cómo moría mi
madre no pregunté por el significado de sus palabras. Se me vino un destello de
luz a la cabeza, una idea que me parecía genial en esos momentos y le pregunté
a Carmen:
-
Oye mira, yo sé que ustedes están metidos hasta
las narices en esto, yo … honestamente… no tengo ningún interés en poner en práctica
mis habilidades de “Street fighter” pero … ¿y si les doy el medallón y yo me
olvido de él?
-
Cobarde – escuché la voz de Claudia mi lado, lo
cual me dejó muy sorprendido.
-
No, no es cuestión de co…
-
No es posible – me cortó Carmen-. Solo el legítimo
portador del medallón será capaz de usarlo.
- ¿Te quieres bajar del coche? Ya decía yo que tenías
un cierto aire gallináceo – comentó con ironía Ángel.
- Cobarde – volvió a decir Claudia y me pareció
observar un cierto aire de burla en la cara de Carmen. Suspiré.
- Ok, ok, muy bien, yo solo lo comentaba como una
posibilidad pero ¿cómo que usarlo? ¿Usarlo cómo? ¿Cuándo? ¿Dónde?
Carmen no contestó a mis
preguntas sino que se limitó a mirar a las calles. Esa actitud me exasperó
bastante pero no repliqué por el momento, ya tendría ocasión para interrogarla
con calma. Faltaba muy poco para llegar a los lindes de la ciudad. Yo no conocía
demasiado bien aquellos lugares, solía pasar por ahí cuando salía de paseo al
campo pero nunca me había adentrado en sus calles. Era un lugar oscuro, de mala muerte y
peligroso para ser visitado durante las noches. Súbitamente, con mis recién
despertados sentidos, percibí con bastante nitidez aquel sentimiento que nos
llevaba a la autodestrucción: el odio. Aquella sensación hizo que me
estremeciera hasta los huesos. Temí que Dabog estuviera cerca tendiéndonos una
trampa pero al instante comprendí que no era posible por la ausencia de su
inclemente frío. Miré los rostros de mis compañeros y comprobé que iban sumidos
en sus propios pensamientos sin percatarse de aquel extraño sentimiento. Miré a
mi alrededor y observé unas sombras moverse con rapidez dirigiéndose a unos
coches cercanos a ellas.
- ¡DETENTE! – le grité a Ángel. ¡REGRESA!
¡REGRESA! ¡GIRA EL VOLANTE!
Se oyeron gritos de sorpresa y
Ángel paró en seco el automóvil.
-
¿Pero qué ocurre? – preguntaron todos al unísono
y espantados
-
¡Ahí! ¡Miren! ¡Nos están esperando! – grité señalando
hacia un costado de la calle.
-
¿Dónde? ¿Quiénes? ¡Yo no veo nada! – expresó con
enojo Ángel. Metió velocidad para disponerse a continua cuando Carmen gritó:
-
¡PARA! ¿QUÉ NO ENTIENDES QUE ESTÁN AHÍ?- nos
quedamos todos sorprendidos por la voz de mando que emanaba de aquella mujer. -
¡Nosotros no vemos nada porque nuestros sentidos no son como los de él pero él
los siente y ve! Tenemos que llegar al cementerio a como dé lugar ¡Gira a tu
derecha! ¡ahora!.
Ángel, con su pericia de policía
entrenado, metió a fondo el acelerador y salimos disparados hacia donde le
indicaba Carmen. Nos agarramos con fuerza a los asientos y con el corazón en la
garganta me giré hacia atrás para ver si nos seguían. Pocos segundos después,
divisé tres pares de faros que se dirigían a toda velocidad hacia nosotros.
Alcancé a escuchar los rugidos de sus motores a toda velocidad que lograron que
se me hiciera un nudo en el estómago. ¡Ahora sí que estábamos metidos en líos! A
mi lado, Claudia gritaba a todo pulmón al conductor que acelerara, Carmen
sostenía una pistola de alto calibre en su mano y gritaba que no parara el
auto, Ángel conducía con mano experta el coche a toda velocidad y yo no pude
mas que abrir los ojos desmesuradamente ante el inminente peligro ¿qué podía
ser peor que ser perseguidos por una panda de bandidos asociados con un demonio
y encima eslavo? Un disparo pasó sonando a nuestro lado perdiéndose en la
oscuridad. ¡Ahí estaba mi respuesta! Los gritos de Claudia y míos se avivaron.
Los nervios se dispararon hasta niveles insospechados y la adrenalina recorría
nuestras venas como descargas eléctricas de alta tensión. Las pocas luces del
exterior pasaban como manchas alrededor nuestro. Los vehículos de nuestros
perseguidores estaban cada más cerca y descargas de metralla se dejaron oír. El
cristal de atrás de nuestro coche estalló en mil pedazos y se oyó la voz de
Ángel gritando:
-
¡ABAJO!
-
¡NO HACIA FALTA QUE NOS LO DIJERAS! – grité desde
abajo del asiento.
Carmen sacó parte de su cuerpo
por la ventanilla y comenzó a disparar con su pistola automática. ¿De dónde era
aquella mujer? Mandona, lista y ahora hasta pistolera. No había tiempo para
más, una nueva tanda de disparos se escuchaban a nuestro alrededor. Me atreví a
asomarme por la parte trasera y vi con desilusión que seguían ahí detrás. Ángel
giró con brusquedad en una avenida dejándose oír los pitidos de los
automovilistas en señal de protesta y chirridos de llantas quejándose contra el
pavimento. El velocímetro señalaba 160 km/hr. ¡Joer! ¡La multa la pagaría el
inspector!
-
¡MÁS RÁPIDO! ¡MAS RÁPIDO!- grité con
desesperación a Ángel.
-
¡HAGO LO QUE PUEDO!- contestó él sin perder la concentración
en la calle.
De pronto, el inspector soltó una
palabrota, giró el volante frenando el coche, cambió de velocidad y aceleró
nuevamente.
-
¿PERO QUÉ TE PASA? ¿QUÉ NO VES QUE TRAES GANADO
FINO AQUÍ?- grité de nuevo y mirando por la ventana vi la causa de su reacción:
más perseguidores. -¡ACELERA¡ ¡ACELERA!- le espeté al inspector.
Carmen seguía disparando. Parecía
un ángel vengador cumpliendo una misión contra los agentes del mal. Pensé que
no me gustaría hacerla enfadar demasiado ¡menudos macanazos me daría! De pronto
un estallido detrás de nosotros, viré en esa dirección y vi como salía por los
aires un vehículo de nuestros perseguidores, el de atrás de él no lo pudo
esquivar y terminó por estrellarse junto a él. Salieron chispas por doquier
debido a las láminas que rozaban el pavimento, bolas de fuego que despedían los
coches y un estallido final que dejó en claro que esos ya no molestarían. Pero…
no eran todos.
- ¡HACIA EL NORTE! ¡TENEMOS QUE TOMAR LA
INTERESTATAL YA!- ordenó Carmen a Ángel.
Obedeciendo, el inspector, giró
el volante hacia el norte metiendo el acelerador a fondo. Claudia sollozaba de
miedo en el asiento y no dejaba de gemir que nos iban a matar a todos. Carmen
se sentándose dentro del coche, buscó dentro de su bolso sacando otra pistola.
-
¿Sabes usar esto? – me preguntó bruscamente.
-
N…n…oo... – respondí balbuceando.
-
¡Pues úsala! ¡Tenemos que llegar¡ ¿Me
entendiste?- gruñó ella alcanzándome el arma.
La tomé con un sudor frío. Al sentir
el frío metal sobre mi mano, por una razón insospechada, me reconfortó su
contacto. La observé atentamente, nunca antes había utilizado un arma, no sabía
exactamente cómo usarla y para cuando quise preguntarle a Carmen qué hacer,
ella ya estaba de nuevo en posición disparando a los perseguidores. Me giré de
nuevo, me puse de rodillas sobre el asiento y apunté. ¡BAAM! Sonó el primer
disparo. Me empujó hacia atrás y casi de milagro no se me escapó otro tiro.
-
¡TÓMALA CON FUERZA Y APUNTA A TU OBJETIVO!
- me gritó Ángel.
Respiré profundo, intenté relajarme,
me puse en posición, tomé con fuerza el arma con las dos manos y disparé.
¡BAAM! Salté casi de alegría al ver que no me había caído con este nuevo
disparo.
- ¡YEEEEESSSS!! – grité de por la
emoción.
- ¡DEJA DE DECIR IDIOTECES Y
DISPARA! – rugió Ángel
Me coloqué de nuevo, me volví a
relajar y, enfoqué al blanco. Caí en la cuenta de pronto que, al tener una
vista tan extraordinaria, podía ver con claridad hasta el más mínimo detalle. Veía
a los hombres que nos perseguían, sus ropas, sus ojos llenos de odio y pude
observar también que casi podía adivinar los movimientos siguientes del conductor.
Se me vino una idea a la cabeza.
-
¡DISPARA AL FARO DE LA DERECHA! – le grité a
Carmen.
-
¿QUÉ? – me preguntó ella
-
¡QUÉ DISPARES AL FARO DE LA DERECHA! – le urgí
-
¿PARA QUÉ? – me contestó ella
-
¡SOLO HAZLO! – le contesté
Me miró con cara de
interrogación, como decidiendo si me hacía caso o no.
-
¡HAZLO!
Asintió con la cabeza y disparó
como le había sugerido. Supe, desde un momento antes, que el conducto giraría
el volante a la izquierda y justo un segundo antes disparé. La bala se metió
justo en el pecho de él provocando que soltara el volante y dieran volteretas
en el aire. Solo quedaban dos. Súbitamente un frio implacable se dejó sentir en
el ambiente. Dabog estaba por llegar.
-
¿CUÁNTO FALTA PARA LLEGAR?- grité
-
N…n…nooo.. mu… mu… cho- contestó Ángel empezando
a tiritar.
¡Cielo Santo! ¡Está más cerca de
lo creí! El policía ya está sufriendo el frío
.
-
¡Carmen! ¡Ayúdale!- me apresuré a decirle
Carmen de un salto se puso al
lado del inspector y ayudándole con el volante seguimos nuestra ruta. Me puse a
disparar de nuevo para la visión se me nublaba por el frío y no acertaba un
solo disparo. El frío era cada vez más intenso. Los dedos se me agarrotaban en
el gatillo. “Un poco más por favor” “un poco más” pensaba. Las luces se apagaban,
la oscuridad era cada vez más intensa.
Unos ojos rojos, llenos de odio, se posaron en mí. Escuché un ruido a mi
alrededor de mí y de pronto: paz.
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