lunes

Historia Sin Contar. Cap V.


Cuando desperté de mi embarazoso desmayo, iba en el coche del inspector Galindo. Parpadeé varias veces tratando de entender qué pasaba. La tarde estaba encapotada y las calles no estaban muy concurridas debido al frío que prevalecía en el ambiente. Me enderecé en el asiento, miré a mi alrededor, Carmen iba de copiloto dando unas indicaciones al inspector que no yo no alcanzaba todavía a comprender, Claudia dormía a mi lado, agotada del largo día y tratando de olvidar la pérdida de Luis. Sacudí la cabeza para terminar de clarificar mi mente soltando un ligero gemido.

-          ¿Cómo se siente?-  preguntó el Inspector con amabilidad.

-          Tratando de volver en mí todavía – respondí con lentitud-, pero supongo que no tardaré en estar bien.

-          Demasiadas emociones para él en un día inspector. Saber que un demonio eslavo lo busca a él por el medallón de Belobog  no es una noticia fácil de digerir- terció Carmen.

-          Cierto – sentenció el inspector-.

-          ¿Y qué pasó en el banco? ¿cuántos muertos son? – pregunté con ansiedad.

-          Seis muertos en total, tres guardias, dos cajeras, una ejecutiva de cuenta y el gerente del banco, todos muertos de la misma forma que Luis. Afortunadamente fue a una hora que el banco no atendía clientes, si no, la cantidad de muertos hubiera sido desconsoladoramente increíble. Por cierto, tu caja de seguridad es la única que estaba abierta, de hecho… destrozada.

-          ¡Uff! Qué sorpresa- contesté con ironía tocando el bolsillo de mi camisa sintiendo el medallón-. Supongo que tendría que sorprenderme pero no sé por qué no lo estoy. Por cierto ¿a dónde nos dirigimos? Esta zona de la ciudad no la conozco.

El inspector miró a Carmen como animándola a hablar. Era fácil adivinar que este viaje era idea de ella y no del policía. La luz del día caía con rapidez y se hacía cada vez más difícil ver las caras de mis interlocutores. Pasados unos minutos, ella soltó el aire de sus pulmones, giró su cabeza y contestó:

-          Tenemos que alejarnos lo más que podamos de este sitio. Dabog, al tener forma material, solo tiene dos ojos y, aunque es poderoso, no tiene forma de saber dónde te encuentras si no es con ayuda. Tiene espías que siguen tu pista, hombres y mujeres que por conseguir poder y riqueza se han asociado con él. No le fue fácil localizarte y la verdad no tenemos idea cómo le hizo para encontrar tu rastro en esta ciudad.

-          Un momento – interrumpí su diálogo- ¿Tenemos? ¿Quiénes “no tenemos idea”?

Carmen paró de nuevo su conversación quedando pensativa un momento considerando la conveniencia de contarme o no lo que sabía. Por la oscuridad creciente, me era imposible saber ver su cara y tratar de adivinar lo que pasaba por su cabeza.

-          Lo único que te puedo decir es que no estás solo  en esta guerra, porque, por si no lo has considerado, esto no es un pleito entre pandillas sino una guerra en toda forma. Quédate con el dato que tienes quién te ayude aunque no sepas todavía quiénes son.

-          ¿Por qué no puedo saberlo? – insistí. Los acontecimientos recientes me tenían con los nervios de punta y el moverme en la oscuridad de la ignorancia no me complacía de ninguna forma.

-          Dabog vendrá por ti, por nosotros, y si te captura, será mejor que la información que tengas sea mínima. Sin embargo, inspector, usted se puede retirar. Usted está fuera de la jugada del demonio esloveno, así que, después que nos deje donde le indique, le conviene irse. Sería lo mejor para usted.

-          Sería pero no pienso bajarme. En mi sector han sucedido muchos asesinatos en pocos días y creo que es mi deber averiguar qué pasó. Además, quisiera agregar que dejen de decirme inspector, mi nombre es Ángel- y con parsimonia se tomó de los bigotes para volver a mesárselos y retando con la mirada a que lo contradijeran.

-          No tiene que venir… - comenzó con firmeza Carmen

-       Déjelo, si quiere venir que venga. Necesitamos manos en esta guerra así que es mejor que se quede – interrumpió Claudia con la misma determinación que Carmen y, para sorpresa de todos, se le veía bastante despierta.

-     Muy bien, muy bien – proseguí y cortando a Claudia- que se quede, pero ahora dinos hacia dónde vamos.

Carmen, que se veía que no estaba acostumbrada a que le impusieran cosas, sino más bien, a que ella las ordenara, hizo una mueca de disgusto. Se le quedó viendo al inspector y alzando su dedo índice lo señaló amenazadoramente pero sin argumentar nada en contra.

-          Dabog, como les decía, tiene espías apostados en todos los lugares que frecuentas. De esta forma se enteró de tu rutina ordinaria y no le fue difícil dar con tu casa y con la de Luis. Para ser sinceros, él cuenta con recursos de los que nosotros adolecemos. Tiene gente en todos los niveles sociales y de las más variadas profesiones así que él tenía más posibilidades de encontrarte. Nosotros no sabíamos en qué lugar del mundo vivías hasta que sucedieron los choques antes de tu primer encuentro con él. Una de nuestras estrategias, al no tener sus recursos, era seguir a sus espías desde las trincheras. Mientras seguíamos a uno de ellos, nos percatamos, por la forma en la que comenzó a comportarse, que algo raro sucedía. Normalmente no los atacamos para dejarlos hacer y, de esta forma, darnos cuenta si algo extraño surgía en el ambiente. En esta ocasión tuvimos que actuar. Lo cogimos después de una gran persecución por la ciudad pero desafortunadamente, después de un largo tiroteo,  quedó mal herido y al borde de la muerte solo susurró, con una sonrisa malévola en la cara, que te habían encontrado, que habíamos perdido la partida. Como comprenderás, nuestra urgencia por encontrarte se convirtió en desesperación.  El medallón no podía, no puede caer, en las manos malditas del demonio. Lo registramos y para nuestra gran fortuna, tenía fotos tuyas tomadas desde su teléfono, la dirección de tu casa y la rutina que seguías normalmente.  Nos pusimos en marcha con gran celeridad pero para cuando llegamos a tu residencia ya era tarde, toda ella se encontraba en un estado tan lamentable que supusimos que en verdad ya no teníamos nada qué hacer. Nos disponíamos a regresar a nuestra guarida cuando entró una llamada diciendo que acababas de dejar el banco veinte minutos antes y te encontrabas en la casa de tus amigos. Corrimos hacia allá y el resto ya lo conocen.

Todas esas historias me sonaban tan fantásticas que de no haber sido porque estaban sucediendo pensaría que estaba en medio de candidatos con cualidades suficientes para ingresar al manicomio de la ciudad.  Las preguntas se me agolpaban en la cabeza pero había algo que no encajaba del todo ¿cómo supieron quién era yo? Si los “buenos” de la película no sabían dónde encontrarme ¿cómo ellos sí? Por otro lado, eso de ser el portador del medallón era la primera noticia que recibía. Yo me consideraba de este país, me sentía orgulloso de ser ciudadano de este lugar y ahora venía una señora desconocida para mí para decirme que soy descendiente de ¡quién sabe quién! Seguramente dentro de mis antepasados hubo bandoleros y le robaron el medallón a alguien, ¡yo que voy a ser eslavo!, ¡nada más eso me faltaba! En el fondo no me sentía seguro de nada, me quería engañar diciéndome muchas cosas pero la realidad es, que las palabras de mi madre al dejarme el medallón me azotaban como un látigo inclemente en mi cabeza: “cuida de este medallón con tu vida, es lo más valioso que te dejo antes de irme a la tumba”. Con el dolor que me embargaba al ver cómo moría mi madre no pregunté por el significado de sus palabras. Se me vino un destello de luz a la cabeza, una idea que me parecía genial en esos momentos y le pregunté a Carmen:

-          Oye mira, yo sé que ustedes están metidos hasta las narices en esto, yo … honestamente… no tengo ningún interés en poner en práctica mis habilidades de “Street fighter” pero … ¿y si les doy el medallón y yo me olvido de él?

-          Cobarde – escuché la voz de Claudia mi lado, lo cual me dejó muy sorprendido.

-          No, no es cuestión de co…

-          No es posible – me cortó Carmen-. Solo el legítimo portador del medallón será capaz de usarlo.

-      ¿Te quieres bajar del coche? Ya decía yo que tenías un cierto aire gallináceo – comentó con ironía Ángel.

-       Cobarde – volvió a decir Claudia y me pareció observar un cierto aire de burla en la cara de Carmen. Suspiré.

-       Ok, ok, muy bien, yo solo lo comentaba como una posibilidad pero ¿cómo que usarlo? ¿Usarlo cómo? ¿Cuándo? ¿Dónde?

Carmen no contestó a mis preguntas sino que se limitó a mirar a las calles. Esa actitud me exasperó bastante pero no repliqué por el momento, ya tendría ocasión para interrogarla con calma. Faltaba muy poco para llegar a los lindes de la ciudad. Yo no conocía demasiado bien aquellos lugares, solía pasar por ahí cuando salía de paseo al campo pero nunca me había adentrado en sus calles.  Era un lugar oscuro, de mala muerte y peligroso para ser visitado durante las noches. Súbitamente, con mis recién despertados sentidos, percibí con bastante nitidez aquel sentimiento que nos llevaba a la autodestrucción: el odio. Aquella sensación hizo que me estremeciera hasta los huesos. Temí que Dabog estuviera cerca tendiéndonos una trampa pero al instante comprendí que no era posible por la ausencia de su inclemente frío. Miré los rostros de mis compañeros y comprobé que iban sumidos en sus propios pensamientos sin percatarse de aquel extraño sentimiento. Miré a mi alrededor y observé unas sombras moverse con rapidez dirigiéndose a unos coches cercanos a ellas.

-   ¡DETENTE! – le grité a Ángel. ¡REGRESA! ¡REGRESA! ¡GIRA EL VOLANTE!

Se oyeron gritos de sorpresa y Ángel paró en seco el automóvil.

-          ¿Pero qué ocurre? – preguntaron todos al unísono y espantados

-          ¡Ahí! ¡Miren! ¡Nos están esperando! – grité señalando hacia un costado de la calle.

-          ¿Dónde? ¿Quiénes? ¡Yo no veo nada! – expresó con enojo Ángel. Metió velocidad para disponerse a continua cuando Carmen gritó:

-          ¡PARA! ¿QUÉ NO ENTIENDES QUE ESTÁN AHÍ?- nos quedamos todos sorprendidos por la voz de mando que emanaba de aquella mujer. - ¡Nosotros no vemos nada porque nuestros sentidos no son como los de él pero él los siente y ve! Tenemos que llegar al cementerio a como dé lugar ¡Gira a tu derecha! ¡ahora!.

Ángel, con su pericia de policía entrenado, metió a fondo el acelerador y salimos disparados hacia donde le indicaba Carmen. Nos agarramos con fuerza a los asientos y con el corazón en la garganta me giré hacia atrás para ver si nos seguían. Pocos segundos después, divisé tres pares de faros que se dirigían a toda velocidad hacia nosotros. Alcancé a escuchar los rugidos de sus motores a toda velocidad que lograron que se me hiciera un nudo en el estómago. ¡Ahora sí que estábamos metidos en líos! A mi lado, Claudia gritaba a todo pulmón al conductor que acelerara, Carmen sostenía una pistola de alto calibre en su mano y gritaba que no parara el auto, Ángel conducía con mano experta el coche a toda velocidad y yo no pude mas que abrir los ojos desmesuradamente ante el inminente peligro ¿qué podía ser peor que ser perseguidos por una panda de bandidos asociados con un demonio y encima eslavo? Un disparo pasó sonando a nuestro lado perdiéndose en la oscuridad. ¡Ahí estaba mi respuesta! Los gritos de Claudia y míos se avivaron. Los nervios se dispararon hasta niveles insospechados y la adrenalina recorría nuestras venas como descargas eléctricas de alta tensión. Las pocas luces del exterior pasaban como manchas alrededor nuestro. Los vehículos de nuestros perseguidores estaban cada más cerca y descargas de metralla se dejaron oír. El cristal de atrás de nuestro coche estalló en mil pedazos y se oyó la voz de Ángel gritando:

-          ¡ABAJO!

-          ¡NO HACIA FALTA QUE NOS LO DIJERAS! – grité desde abajo del asiento.

Carmen sacó parte de su cuerpo por la ventanilla y comenzó a disparar con su pistola automática. ¿De dónde era aquella mujer? Mandona, lista y ahora hasta pistolera. No había tiempo para más, una nueva tanda de disparos se escuchaban a nuestro alrededor. Me atreví a asomarme por la parte trasera y vi con desilusión que seguían ahí detrás. Ángel giró con brusquedad en una avenida dejándose oír los pitidos de los automovilistas en señal de protesta y chirridos de llantas quejándose contra el pavimento. El velocímetro señalaba 160 km/hr. ¡Joer! ¡La multa la pagaría el inspector!

-          ¡MÁS RÁPIDO! ¡MAS RÁPIDO!- grité con desesperación a Ángel.

-          ¡HAGO LO QUE PUEDO!- contestó él sin perder la concentración en la calle.
De pronto, el inspector soltó una palabrota, giró el volante frenando el coche, cambió de velocidad y aceleró nuevamente.

-          ¿PERO QUÉ TE PASA? ¿QUÉ NO VES QUE TRAES GANADO FINO AQUÍ?- grité de nuevo y mirando por la ventana vi la causa de su reacción: más perseguidores. -¡ACELERA¡ ¡ACELERA!- le espeté al inspector.

Carmen seguía disparando. Parecía un ángel vengador cumpliendo una misión contra los agentes del mal. Pensé que no me gustaría hacerla enfadar demasiado ¡menudos macanazos me daría! De pronto un estallido detrás de nosotros, viré en esa dirección y vi como salía por los aires un vehículo de nuestros perseguidores, el de atrás de él no lo pudo esquivar y terminó por estrellarse junto a él. Salieron chispas por doquier debido a las láminas que rozaban el pavimento, bolas de fuego que despedían los coches y un estallido final que dejó en claro que esos ya no molestarían. Pero… no eran todos.

-       ¡HACIA EL NORTE! ¡TENEMOS QUE TOMAR LA INTERESTATAL YA!- ordenó Carmen a Ángel.

Obedeciendo, el inspector, giró el volante hacia el norte metiendo el acelerador a fondo. Claudia sollozaba de miedo en el asiento y no dejaba de gemir que nos iban a matar a todos. Carmen se sentándose dentro del coche, buscó dentro de su bolso sacando otra pistola.

-          ¿Sabes usar esto? – me preguntó bruscamente.

-          N…n…oo... – respondí balbuceando.

-          ¡Pues úsala! ¡Tenemos que llegar¡ ¿Me entendiste?- gruñó ella alcanzándome el arma.

La tomé con un sudor frío. Al sentir el frío metal sobre mi mano, por una razón insospechada, me reconfortó su contacto. La observé atentamente, nunca antes había utilizado un arma, no sabía exactamente cómo usarla y para cuando quise preguntarle a Carmen qué hacer, ella ya estaba de nuevo en posición disparando a los perseguidores. Me giré de nuevo, me puse de rodillas sobre el asiento y apunté. ¡BAAM! Sonó el primer disparo. Me empujó hacia atrás y casi de milagro no se me escapó otro tiro.

-          ¡TÓMALA CON FUERZA Y APUNTA A TU OBJETIVO! -  me gritó Ángel.

Respiré profundo, intenté relajarme, me puse en posición, tomé con fuerza el arma con las dos manos y disparé. ¡BAAM! Salté casi de alegría al ver que no me había caído con este nuevo disparo.

- ¡YEEEEESSSS!! – grité de por la emoción.

- ¡DEJA DE DECIR IDIOTECES Y DISPARA! – rugió Ángel

Me coloqué de nuevo, me volví a relajar y, enfoqué al blanco. Caí en la cuenta de pronto que, al tener una vista tan extraordinaria, podía ver con claridad hasta el más mínimo detalle. Veía a los hombres que nos perseguían, sus ropas, sus ojos llenos de odio y pude observar también que casi podía adivinar los movimientos siguientes del conductor. Se me vino una idea a la cabeza.

-          ¡DISPARA AL FARO DE LA DERECHA! – le grité a Carmen.

-          ¿QUÉ? – me preguntó ella

-          ¡QUÉ DISPARES AL FARO DE LA DERECHA! – le urgí

-          ¿PARA QUÉ? – me contestó ella

-          ¡SOLO HAZLO! – le contesté

Me miró con cara de interrogación, como decidiendo si me hacía caso o no.

-          ¡HAZLO!

Asintió con la cabeza y disparó como le había sugerido. Supe, desde un momento antes, que el conducto giraría el volante a la izquierda y justo un segundo antes disparé. La bala se metió justo en el pecho de él provocando que soltara el volante y dieran volteretas en el aire. Solo quedaban dos. Súbitamente un frio implacable se dejó sentir en el ambiente. Dabog estaba por llegar.

-          ¿CUÁNTO FALTA PARA LLEGAR?- grité

-          N…n…nooo.. mu… mu… cho- contestó Ángel empezando a tiritar.

¡Cielo Santo! ¡Está más cerca de lo creí! El policía ya está sufriendo el frío
.
-          ¡Carmen! ¡Ayúdale!- me apresuré a decirle

Carmen de un salto se puso al lado del inspector y ayudándole con el volante seguimos nuestra ruta. Me puse a disparar de nuevo para la visión se me nublaba por el frío y no acertaba un solo disparo. El frío era cada vez más intenso. Los dedos se me agarrotaban en el gatillo. “Un poco más por favor” “un poco más” pensaba. Las luces se apagaban, la oscuridad era cada vez  más intensa. Unos ojos rojos, llenos de odio, se posaron en mí. Escuché un ruido a mi alrededor de mí y de pronto: paz. 

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