miércoles

Historia sin Contar. Cap. II




Habían transcurrido dos días después del incidente en mi casa. Como era obvio, después de haber vivido aquellos terribles acontecimientos, no tenía intención de regresar a mi casa pero en el fondo sabía que en algún momento tenía que suceder. ¿Qué había pasado?, ¿quién era aquel ser que estuvo en mi casa y que había matado a mi mascota?,  ¿por qué fue a mi casa?,  ¿queria algo de mí o solo se encontró conmigo de forma fortuita? Todo aquello era muy extraño y no sentía ninguna gana de averiguarlo pero, por otro lado, quería saber la respuesta o respuestas. Me puse a repasar paso a paso lo sucedido aquella noche: el frío, mi falta de movilidad, el aliento nauseabundo de aquel ser y aquella vestimenta oscura que llevaba. Mis pensamientos no terminaban de aclararse cuando de pronto, sentí un resquemor en mi brazo derecho y al bajar la vista me sorprendió ver una ligera cicatriz en mi piel. Su forma era una línea delgada y ligeramente roja. Mi sorpresa se debía, a que momentos antes, no estaba y me había cuidado de revisarme que no tuviera nada después de lo sucedido. Era extraño entonces que tuviera aquella cicatriz. Llamé a Luis, el amigo con el que me quedaba, para corroborar que no estaba sufriendo alucinaciones.

-          -- Luis, ven, acércate – le dije al verle entrar al cuarto. ¿Ves esta cicatriz que tengo en el brazo?. Luis se acercó al lugar en donde me encontraba y le dio un vistazo a mi brazo. Al ver su cara ceñuda comprendí que algo no estaba bien, admito que me puse un tanto nervioso y esperé impaciente su respuesta.

-          - ¿Cuál cicatriz? – preguntó todavía buscando con su mirada en mi brazo.

-         -   ¿Cómo cuál cicatriz? ¡Ésta! – y le señalé con el dedo donde se hallaba aquella horrenda marca.

-          - Mira, no sé de qué me hablas, pero ahí no hay nada. ¿Estás seguro que has dormido bien? ¿Te has tomado tus medicinas?

-         -  Háblale a Claudia tu mujer y pregúntale- respondí de mal humor pensando que me estaba jugando una mala pasada. Luis con calma fue por Claudia y regresaron los dos un momento después. Él le había explicado lo que había pasado y ella se acercó lentamente a mi lugar. Le enseñé el brazo, lo miró por un momento y volteando a verme movió su cabeza negativamente.

-         -  Oye – dijo Luis adelantándose a que yo comentara algo – tranquilo, no es que no te creamos pero la realidad es que no vemos esa cicatriz que tú dices. He escuchado que la falta de descanso te puede provocar alucinaciones y tú no has dormido bien desde ese día.

-          - No estarás diciendo que…

-         -  ¡Esperen! – interrumpió Claudia –. El día que llegaste aquí gritando que te ayudáramos, recuerdo que me llamó la atención que no soltabas tu brazo precisamente ahí donde dices tener la marca. Cuando te recostamos en el sofá, y  pedíamos ayuda médica, intenté varias veces quitártelo de ahí sin llegar a tener éxito. Era como si… un gran dolor emanara de ahí y tú lo intentabas apaciguar con tu mano – terminó diciendo esto más para sí que para nosotros.

Guardamos silencio por un rato, cada quien sumido en sus propios pensamientos, analizando las palabras que nos había dicho Claudia. Yo no recordaba nada de lo que había dicho ella pero estaba claro que tenía relación directa con aquella cicatriz que me acababa de aparecer. ¿Cómo me la hice y en qué momento sucedió? La cabeza me daba vueltas solo de pensar en aquello. Por otro lado, era evidente que Luis no me creía nada de lo que les había contado, él más bien pensaba que había sufrido un ataque en la calle y que en algún momento de la refriega recibí un golpe en la cabeza provocándome un trauma psicológico. Claudia, por su parte, se le veía sumida en sus propios pensamientos y leía la duda en su semblante. Ella no había dicho nada de mi historia, más bien por el contrario, al escucharla atentamente, su cara se tornó seria y pálida pero no dijo ninguna palabra al respecto. Cuando Luis trajo a la policía y a un médico, creyendo firmemente que había sido atacado, no encontraron nada que pudiera acusar a alguien, mucho menos, como cabía esperarse, una pista que les diera una pista que seguir. ¡Dios! ¡qué pesadilla estaba viviendo! Se me vinieron a la cabeza aquellos accidentes cuando caminaba por la calle, la oscuridad que sobrevino y los ancianos gritando de desesperación la noche anterior a mi propio suceso. ¿QUÉ CARAJOS ESTABA SUCEDIENDO? Resolví regresar a mi casa, averiguar si era posible, alguna pista que me ayudara a resolver aquel misterio.

-        -  Luis, Claudia, necesito ir a mi casa. Necesito intentar dilucidar qué pasó – comenté con una calma que no sentía en mi interior. La verdad es que estaba muy nervioso y tenía un miedo atroz pero necesitaba saber, necesitaba hacer algo para entender. Mis dos amigos me miraban un tanto sorprendidos pero asintieron al mismo tiempo. Luis intentó decir algo pero Claudia lo contuvo con un movimiento de su mano.

-       -   Está bien. Ve con cuidado y cuídate. Cualquier cosa… llámanos. – dijo casi telegráficamente Claudia. Sus ojos denotaban miedo y comprensión.


Me envolví en mi chamarra y tomé camino a la que hacía tres días atrás la consideraba mi casa. No sabía qué iba a encontrar. Me daba miedo llegar, entrar y descubrir algo que me llevara aquel ser de ultratumba. Nunca había sentido nada parecido, el frío que me había embargado no era terrenal, era como si me hubieran despojado de todo calor humano, de cualquier sentimiento que te hacía sentir tan humano y caer en un gran agujero negro y sin ninguna esperanza. Era como la maldad absoluta envolviera todo mi ser y la felicidad fuera una cosa sin sentido e inalcanzable. Solo se escuchaban mis pasos al chocar contra la acera en aquel día frío de invierno. Me dirigía sin prisa, pero inexorablemente,  al lugar de aquella horrenda pesadilla. ¿Qué me econtraría? No tenía respuesta a aquella pregunta pero solo de pensarla un escalofrío recorría mi espina dorsal. Por fin, después de desear con toda mi alma no llegar, se presentaba ante mí aquella estructura de cemento y metal llamada con anterioridad: mi hogar. Se presentaba ante mi mirada lúgubre, siniestra, maldita. Tuvo que pasar un largo tiempo antes de decidirme a entrar. El miedo me impedía dar un paso adelante y mi voluntad no era capaz de vencerlo. Finalmente, haciendo acopio de todas mis fuerzas di el primer paso. Abrí la puerta con lentitud y me llegó un vaho de un olor a podredumbre, a humedad y maldad. Sé que es imposible, para nuestros sentidos,  oler la maldad pero no encuentro otra palabra apropiada cuando percibí aquél olor.

Al entrar, súbitamente me di cuenta que todos mis sentidos se pusieron alerta, podía palpar, ver, oler, oír y gustar de una forma que antes no lo había hecho. Era una sensación extraña tener de repente una sensibilidad extraordinariamente desarrollada. Las motas de polvo que flotaban en el aire tenían tal nitidez que veía cada rugosidad de ellas, flotaban en el ambiente como si quisieran ser observadas y admiradas por aquella visión que ahora poseía. Observé el piso de madera con detenimiento y pude observar cada grieta de él, incluso, y me da un poco de pena decirlo, vi manchas de suciedad que al parecer no quité al hacer yo la limpieza. Recordé a mi madre detrás de mí diciéndome como agarrar una escoba o un trapeador pero como se ve nunca aprendí bien. No se me da mucho el arte de la escoba pensé para mí. Continué con mi exploración deteniéndome en el sillón donde leí aquella noche, la taza de chocolate que supuestamente limpiaría la mañana siguiente – hombres, pensé, ¿por qué no seremos como las mujeres que no se acuestan hasta que limpian todo? – el cigarrillo consumido en el cenicero, mi maletín del trabajo sobre el sillón, mi bufanda tirada a un lado de él, y… ¿qué es eso? – miré asombrado en la escalera una especie de mancha verde -. 
Intrigado me acerqué lentamente sin quitar la vista de ella, como si temiera que al voltear a otro lado desaparecería. Al llegar al borde del primer escalón, me di cuenta que la mancha subía a lo largo de todos los escalones. Observé que la mancha emitía una luminosidad intermitente parecido al de las luciérnagas pero sin llegar apagarse del todo. Poco a poco, comencé a subir los escalones siguiendo aquel rastro y encontrarme en la sala de mi propia noche de terror. Con espanto vi en el suelo a mi pobre gato, destrozado y partido a la mitad. Recorrí con la vista el lugar y pareciera que un terremoto lo hubiera sacudido. Todo estaba destrozado, arañado y tirado por todo el piso… ¿pero qué demonios pasó aquí? Caminé por todos los cuartos y me encontré que todo se encontraba en la misma situación. ¡Gemí pensando en el trabajo de limpieza que eso representaría! Por todos lados se observaba la mancha verde y cayendo en cuenta – dándome una palmada en la frente exclamé- ¡es el rastro de este bastardo! Con frenesí volví a recorrer todo el lugar observando los lugares en los que se había detenido, cama, cajones, closets, maderas levantadas ¡este canalla buscaba algo!  pero ¿QUÉ? Súbitamente la temperatura cayó, el frío volvía recorrer el lugar, y aunque era parecido al anterior, no era tan intenso como en aquella atención. Presté más atención pero no percibía nada, ninguna presencia, ningún olor extraño solo frío. Me quedé quieto por un momento más y volví a moverme, bajé las escaleras, examiné la cocina, baños, cuartos y nada, ninguna presencia extraña. Sabía que algo sucedía pero no era precisamente en aquel lugar. Decidí caminar por los alrededores de mi casa por si notaba algo raro cuando imprevistamente sonó el teléfono. Corrí a contestar, algo extraño presentía de aquella llamada así que contesté inmediatamente.

-         - ¿Diga? ¿quién habla? – pregunté al contestar.

-         -   ¡VEN LO MAS RAPIDAMENTE QUE PUEDAS! ¡LUIS ESTA MUERTO! ¡MUERTO! – era Claudia.



2 comentarios:

Unknown dijo...

Joooliiin! Ahora no tardes mucho! Me tienes mal, muy mal....:-)

Anónimo dijo...

Me encanta, porfi no tardes en el siguiente capítulo :)