miércoles

Cuentos de chimenea por la noche II

Era una noche de otoño y la lluvia caía a torrentes dejando poca visibilidad en la carretera por la que circulaban Franz Rottenmeyer y su amigo Carlo Urquiza. Las montañas estaban nevadas y había algo de neblina y de viento provocando que Franz usara los faros antiniebla y condujera con máxima precaución. Los dos amigos iban en silencio, inmersos en sus propios pensamientos. Tenían ya muchos años que salieron de aquél lugar donde se encontraban sus hogares de juventud con la ilusión de obtener una mejor vida y sobre todo, huyendo de aquel terrible suceso: la muerte de la novia de Franz. Lucy había sido una joven alegre y estudiosa pero desafortunadamente, murió precisamente en aquella fecha 20 años atrás por un golpe en la cabeza. Mientras iban sumidos en aquellos oscuros recuerdos y los pinos pasaban como manchones en la oscuridad, semejando fantasmas, el viento comenzó a soplar con mas fuerza levantando nieve que obstaculizó la visibilidad a Franz. El hombre se puso nervioso, frenó de golpe y por puro instinto giró el volante en sentido contrario provocando que el coche diera volteretas de forma alocada dirigiéndose sin control hacia unos árboles. Los dos hombres gritaban sin poder hacer nada mas que aferrarse con fuerza y sin saber a ciencia cierta en dónde pararía todo aquello. Todo acabó de repente cuando el coche azotó contra el tronco de un olmo haciendo pedazos todos los cristales del coche y doblando el vehículo, por el lado del copiloto, en forma de U. Todo quedó en silencio.

Franz despertó, desorientado y sintiendo un fuerte dolor de cabeza. Parpadeó para enfocar la vista, tratando de recordar qué había pasado. La tormenta, el hielo en la carretera, la ventisca, sí el coche derrapó y se habían estrellado contra algo, no sabía exactamente qué había sido pero ahí estaba él, a salvo, vivo. Un gemido a su lado lo hizo volverse con rapidez recordando a Carlo.

- ¿Carlo? ¿Carlo? ¿cómo te sientes? – preguntó con preocupación y sacudiendo levemente al amigo.

- ¿Uh? ¿dónde estamos? ¿qué pasó? 

- Nos estrellamos, el coche derrapó y topamos con ese árbol de tu lado que de milagro no te partió en dos. ¿Te puedes mover? 

- No sé- se movió lentamente tocándose el cuerpo como para comprobar que estaba completo y no le faltaba nada. Al parecer estoy bien Franz, solo adolorido hasta el tuétano - contestó después de su breve inspección. 

- Muy bien, salgamos del coche para ubicarnos donde estamos y ver si podemos pedir alguna ayuda.

Salieron del coche por la ventana del lado del conductor. El frío era soportable pero, con el factor de congelamiento debido al viento, hacía que se sintiera peor de lo que era. Se taparon el pecho con sus propios brazos y pegándose para entrar en calor pero parecía inútil, el frío seguía ahí. Un relámpago iluminó la escena del accidente y lo que vieron les heló la sangre: el vehículo estaba totalmente destrozado.

- Fra… Franz… ¿viste eso? – preguntó sorprendido Carlo
- Sí… sí… ¡nos salvamos por una nada!
- No me refería al accidente, me refería si viste ¡dónde estamos!
- ¿A qué te refieres?- preguntó extrañado el amigo.
- ¿Viste el árbol donde nos estrellamos? ¿lo viste? – preguntó casi en un grito Carlo. – ¡Es el árbol donde murió Lucy! ¡Aquí fue!
- ¡Carlo! ¡Estás loco! ¡El golpe te hace ver cosas que no son! ¡Ese árbol lo cortaron poco después del accidente por considerarlo peligroso al estar a la vera del camino!.

- ¡Pues ahí está! ¡LO ACABO DE VER!

- Carlo, Carlo, tranqui….- Otro relámpago cayó iluminando de nuevo el lugar, dejando de una pieza a Franz. Era verdad, era el árbol, ese maldito árbol estaba ahí y no comprendía cómo había vuelto. Él personalmente vio cuando lo cortaron y se lo llevaron.
- ¿Lo viste? ¿Te has dado cuenta que está ahí? – preguntó Carlo con voz temblorosa.
- Lo ví.. sí .. ahí estaba – respondió con voz trémula y apesadumbrada.

Caminó unos pasos hacia el árbol para palparlo, para asegurarse que no soñaba, que sus sentidos no lo engañaban. Llegó hasta él, estiró el brazo y lo sintió, duro, frío, rugoso, no era un sueño. Las yemas de sus dedos lo recorrieron y por un instante, por un brevísimo instante, una especie de corriente eléctrica cruzó a través de los dedos, sus brazos, el pecho, hasta alojarse en el corazón. Ahí sintió una especie de mano lo estrujaba y lo llenó de terror. Rápidamente cortó el contacto con el árbol y se alejó precipitadamente de él, dando arcadas, cayó de rodillas y vomitó. Carlo presenciaba la escena y corrió a auxiliarlo asustado.

- ¿Franz? ¿Franz? ¿Estás bien? ¿qué pasó? – un relámpago iluminó el rostro del amigo y lo que vió lo hizo estremecerse de terror: su rostro era una calavera sonriendo siniestramente. Se estremeció y se alejó dando traspiés diciendo cosas ininteligibles.

- ¡Carlo! ¿qué te sucede? ¿por qué te comportas como un estúpido?

- ¡Tú! ¡Tú!... oh - gimió el hombre- no sé qué pasa … estoy viendo alucinaciones- terminó diciendo.

- Carlo, debemos caminar. El golpe del accidente nos esta haciendo ver cosas y avanzar al menos nos ayudará a quitarnos estas alucinaciones.

Carlo asintió pero no estaba seguro que el alejarse de ahí le evitara ver cosas, fue tan real, que todavía tenía la imagen en su cabeza. El pueblo se encontraba todavía a cuatro kilómetros de ahí, así que se pusieron en marcha en dirección a él. Caminaron bajo la tormenta alrededor de diez minutos, iban cansados, asustados, adoloridos y ateridos por el frío cuando divisaron una casa casi al borde de la carretera. La casa era de estilo victoriano de los Estados Unidos del siglo XIX, bien cuidada, dos plantas, de color blanco. Al verla, los dos hombres se alegraron acercándose con la esperanza que los recibieran y permitieran hacer una llamada telefónica. Las luces frontales de la casa estaban encendidas, cosa que los animó a seguir adelante y llamar a la puerta. Esperaron unos minutos, que les parecieron una eternidad, cuando escucharon unos pasos acercarse con pausa y preguntar quién era. Los amigos vieron asomarse por una ventana a una señora de mediana edad, delgada, de regular belleza que los observaba inquisitivamente.

- Por favor, necesitamos ayuda. Tuvimos un accidente a poca distancia de aquí y quisiéramos hacer una llamada telefónica para pedir auxilio – suplicó Franz.

La señora los observó por unos instantes y abrió la puerta dejándolos pasar. Dentro, el fuego de la chimenea, los acogió con su calor regresando a sus corazones el confort que añoraban. Les señaló con la cabeza el lugar donde se encontraba el teléfono y se dirigió a la cocina dejándolos solos por unos instantes. Carlo, aprovechando la oportunidad, recorrió con la mirada el lugar, dándose cuenta en lo agradable que era, con calor humano, bien decorada invitando a quedarse una temporada larga para recuperar sus fuerzas. Oyó que Franz colgaba desalentado el teléfono y le preguntó qué sucedía.

- No hay línea. Seguramente la tormenta provocó el fallo en el cableado telefónico cortando las comunicaciones.

- ¿Qué haremos ahora? ¿Caminar hasta el pueblo?

- Se pueden quedar aquí por esta noche – se escuchó la voz de la señora proveniente de la cocina-. Hay suficiente lugar en la casa y ustedes necesitan descanso.

- Pero…

- Está bien – cortó la señora -. No se puede ir por ahí con este tiempo, sin línea telefónica y después de un accidente. Me llamo Cassandra.

Los dos hombres agradecieron aquellas palabras con entusiasmo. La realidad es que estaban agotados, calados hasta los huesos y sin saber qué hacer. Cassandra, con una sonrisa, se les acercó con un par de tazas de chocolate caliente y se las ofreció. El sabor de aquel líquido ayudó a que se sintieran dispuestos a pasar una velada tranquila con aquella buena señora que les había tendido la mano en un momento verdaderamente difícil. Afuera, en el exterior, la tormenta y el viento continuaban.

Al entrar en la sala, Cassandra al reparar en el estado que se encontraban aquellos dos hombres les ofreció tomar una ducha, cambiar sus ropas y descansar un poco antes de cenar. Los hombres comentaron que sus pertenencias quedaron atrapadas en el maletero del coche y que no traían mas que lo puesto, pero Cassandra amablemente les dijo que no se preocuparan, que en los closets tenía ropa suficiente y que intentaran usar aquellas mientras las suyas se secaban. Los amigos asintieron siguiendo a la dueña de la casa piso arriba señalándoles el cuarto que ocuparían. Entraron en la habitación y se sentaron en las sillas que estaban dispuestas alrededor de un pequeño escritorio francés.

- Linda casa ¿no Franz? – preguntó Carlo dejándose caer en una silla y las piernas adoloridas.

- Sí, es preciosa pero no recuerdo haberla visto antes, no estaba cuando vivíamos aquí.

- Franz, nos fuimos hace 20 años y esta casa pudo haber sido construida en ese tiempo – respondió condescendiente Carlo.

- Es verdad – quedando pensativo.

- Además, Cassandra es una persona agradable. Ha de tener aproximadamente nuestra edad, sin embargo, no la recuerdo de nuestros años mozos.

- No, no había ninguna Cassandra mientras vivimos aquí. Seguramente llegó después de nuestra partida. Carlo… te quería preguntar ¿qué viste cuando te acercaste a ayudarme?

- Yo… - siseó Carlo – vamos a olvidarlo ¿no?.. fue algo horrible y probablemente fueron alucinaciones mías.

- ¡Carlo!, por favor, dime qué viste… quiero saber.

El amigo quedó silencioso por unos instantes, evitando la mirada de Franz, tratando de recordar la imagen que vio.

- Lo que ví fue tu cara, no tu cara normal sino en lugar de ella vi… la descarnada figura de tu rostro. Tu sonrisa era malvada y desprovista de todo sentimiento… por un instante… pensé … que veía un demonio.

Ante la respuesta del amigo, Franz quedó en silencio, metido en sus pensamientos. Su vida y la de Carlo no había sido sencilla desde que se alejaron del pueblo. El se había convertido en un exitoso empresario formando una compañía basada en engaños, fraudes y en pequeños “accidentes”. Carlo, en un exitoso abogado que ayudaba a empresarios como él. Su amistad se había trabado desde la infancia y consolidado desde aquél maldito día. ¿Y ese árbol? ¿cómo había regresado a su lugar?. Dio un brinco cuando su amigo lo distrajo de sus pensamientos cuando lo llamó para decirle que era su turno para tomar el baño. Vio a Carlo envuelto en un toalla parado enfrente de él.

Después de una hora, bajaron los dos amigos con mejor aspecto, limpios y vestidos con sendos jeans y suéteres que se encontraron en el closet. Cassandra los esperaba sentada con una suculenta cena. Todo olía riquísimo. Varias fuentes de comida esperaban por los comensales. En la primera fuente se veía una crema de queso que desprendía un olor exquisito. En la segunda, la visión de papas horneadas con mantequilla hicieron rugir de hambre a los dos amigos, y la tercera, un plato de pastel de carne rodeado de tocino que lograron sacarles una amplia sonrisa a los dos hombres.

- Cassadra… ¿cómo…? ¿cómo hiciste todo esto en tan poco tiempo? – preguntó Franz sorprendido.

- Se ve delicioso – secundó Carlo con una sonrisa en la cara.

Cassandra, con una sonrisa pícara, respondió:

- Es comida que tenía congelada y solo calenté.

- Pero… - quiso intervenir Franz un poco receloso.

- Sshh... no te preocupes mas por eso. Coman que se enfría la comida y han de estar hambrientos.

Los dos amigos se sentaron y comieron con gran apetito. Cassandra se limitó a observarlos mientras se alimentaban. Eran un par de hombres fuertes, esbeltos todavía y el tiempo no había hecho estragos en sus pelos, todavía eran abundantes y sin canas. Franz era rubio, haciendo honor a su ascendencia austríaca y Carlo, como buen italiano, era poseedor de una cabellera espesa y negra como la noche. Cuando terminaron, se dirigieron a la sala de estar donde el fuego crepitaba apaciblemente e invitaba a sentarse a disfrutar de una excelente charla. Se hicieron las presentaciones formales, platicaron ampliamente sobre los lugares del alrededor y gente del pueblo. La anfitriona ofreció una botella de vino tinto la cual la aceptaron gustosamente los dos amigos. Después de un momento de apacible silencio Franz se dirigió a la dueña del lugar.

- Cassandra – comenzó Franz – ¿de dónde provienes?. Carlo y yo somos de estos lugares, aunque tenemos ya veinte años fuera, no te recordamos como parte del pueblo donde crecimos.

- Te equivocas mi querido Franz, soy de aquí y nunca he salido de este sitio, ya ves que conozco cada rincón que ustedes han mencionado – contestó con una sonrisa enigmática Cassandra.

- ¿Pero cómo es posible? Te recordaríamos si fuera así, inclusive tu nombre no nos trae a la mente a nadie conocido – replicó Franz un tanto confundido.

- Es posible que no me recuerdes, yo misma no los reconocí cuando llegaron, solo lo hice cuando contaron algunas anécdotas de su vida por aquí. Después de tantos años es lógico que suceda esto, la gente cambia. Soy hija de un jornalero, que tuvo la suerte de ser criada en una casa donde el amo cuidaba de sus trabajadores. El amo nunca se casó y como le sobraba dinero y tiempo, construyó esta casa. El amo enfermó y yo me dediqué a cuidarlo hasta que murió. Cuando el testamento se abrió, el abogado nos llamó a todos los trabajadores, ya que familiares no tenía, y anunció que me habían hecho heredera universal de sus bienes. Así que aquí estoy. Seguramente que usted señor Rottenmeyer, no se fijaría, ni se acordaría en la hija de un jornalero.

Franz no tuvo mas que aceptar la verdad que contenían aquellas palabras. Había sido educado para tratar a gente con clase, gente con dinero y no a la chusma, personas de clase social baja. Lucy fue una de esas muchachas que no perteneció a su clase social. Sus amoríos con ella fue el resultado de una apuesta con Carlo. Él nunca la quiso realmente, él nunca se hubiera fijado en ella de no haber sido por aquel amigo que lo incitaba a hacer cosas que se encontraban fuera de los límites que la decencia y las buenas maneras mandaban. Incluso se olvidó de Dios por Carlo. ¿Se arrepentía? No lo sabia a ciencia cierta. Por un lado, veía que todo lo que había obtenido, riquezas, bienes, grandes negocios, fue con la ayuda de su compañero, pero por otro lado, entendía que lo obtuvo gracias a engaños, negocios turbios y algunas otras situaciones que Carlo llamaba “accidentes”. De un tiempo para acá, su conciencia no lo dejaba tranquilo. No dormía bien, se espantaba con ruidos que escuchaba, o creía escuchar, por las noches, no comía bien. Decidió que algo no andaba bien y, al consultar con un médico, éste le recomendó unos días de descanso. Se lo comentó a Carlo, su gran amigo, y juntos organizaron este viaje a su pueblo natal. Estaba con estos pensamientos sombríos cuando escuchó la voz de Carlo llamándolo.

- Franz, Franz, mira esto – le urgió para que se fijara en una foto.

- ¿Qué es? – se incorporó Franz de su asiento y fue cuando la vio de nuevo. Después de tantos años, otra vez ahí, en una fotografía. En el exterior, el viento arreció y la tormenta parecía tomar un nuevo impulso. Presa de excitación Franz se levantó y la tomó entre sus manos - ¿Lucy? ¿có… cómo es… que tiene usted esta fotografía? ¿La conoció usted?

- Sí, la pobrecilla Lucy que murió cerca de aquí. Nunca se supo bien a bien cómo murió. La policía nunca aclaró su accidente, solo que murió con un golpe en la cabeza por aquel sauce llorón que se encuentra en la carretera. Fuimos compañeras de juegos ella y yo, hasta que se enamoró de usted Señor Rottenmeyer-. Pronunció estas palabras finales con un dejo de enojo, que hizo pensar a los amigos que era porque sabía que quisieron burlarse de ella.

De repente, salido de la nada, se escucharon unos gemidos que provenían de algún lugar de la casa. Carlo, se sobresaltó tanto que se levantó de un golpe y presuroso le preguntó a Cassandra que había sido aquello.

- ¿Qué cosa Sr. Urquiza? ¿Qué escuchó usted exactamente? – pregunto con tranquilidad la mujer.

- Unos gemidos, unos lamentos. Venían de aquella dirección – Carlo señalaba una puerta que se encontraba semi-escondida en el pasillo que conducía a la cocina.

- Esta usted cansado Sr. Urquiza, solo es el sonido del viento que le hace escuchar cosas.

En ese instante la estancia se iluminó por la luz de un rayo y la casa retumbó hasta sus cimientos debido a la potencia del trueno. A Carlo y a Franz, les pareció escuchar algunas carcajadas pero nadie dijo nada, no querían quedar como unos niños tontos que se espantaban con cualquier sonido.

- Y dígame Franz ¿encuentra agradable estos lugares después de tantos años de ausencia? – preguntó Cassandra y por el tono de su voz el interpelado pensó escuchar una mota de ironía.

- Sí… sí … se ve todo muy bien .

Otra risa. Ahora venia del piso de arriba. Los dos amigos se volvieron hacia allá pero seguían sin atreverse a comentar algo.

- Es una dicha tenerlos entre nosotros, después de tanto tiempo.

- Perdón…¿nosotros?.

- ¡Oh! Perdón. Me refería a la gente de este lugar, a los que ustedes conocían. Sus padres estarán contentos de verles otra vez.

- Nuestros padres murieron hace varios años- respondió ahora Carlo.

- Es verdad – prosiguió Cassandra -. Nadie sabe cómo murieron. Fue un caso muy triste por estos rumbos. Hubo muchas muertes por esos días y todos fueron casos muy extraños.

Otro trueno, ahora mas cercano. Los muros temblaron y mas lamentos y risas. Franz estaba cada vez mas incómodo. Se metió la mano en el bolsillo del pantalón y sintió un objeto de metal. Por la forma supo que era un crucifijo ¿qué hacía en aquel pantalón?.

- Todos los que murieron –continuó Cassandra- eran gente poderosa, rica, que de alguna forma tuvieron que ver con la muerte de Lucy, es decir, que no dejaron que saliera a la luz toda la verdad del caso.

Franz alcanzó a vislumbrar un destello de odio en los ojos de aquella mujer. No entendió cómo lo supo, pero en ese momento se dio cuenta que algo no iba a bien.

- Franz, dime ¿qué pasó aquella noche? – la voz de Cassandra se tornó en un susurro, casi inaudible.

- ¿Qu..qué noche? – balbuceó Franz. Volteó a ver a Carlo pero no lo vio a su lado, Se giró en todas direcciones hasta que lo vió parado viendo de frente la puerta del pasillo.

- ¿Franz? – susurró de nuevo la mujer pero ahora el tono de su voz estaba cargado de odio- ¿qué pasó aquella noche? .

- Yo… nosotros… veníamos en el coche… Lucy se abalanzó sobre mí, yo la aparté de mí..

- ¡MENTIRAS! ¡ELLA NUNCA HIZO AQUELLO! ¡USTEDES DOS LA DROGARON! ¡ELLA SE DEFENDIÓ Y TÚ LA GOLPEASTE CON UNA LLAVE! ¡MALDITO BASTARDO!– gritó con furia Cassandra. - ¡TU LA MATASTE!

El viento golpeó con fuerza la casa y el aullido del viento se dejó escuchar con mas fuerza. Su amigo tenía la mano en el pomo de la puerta. Se viró para observar a Cassandra. ¿Cómo era posible que esta mujer supiera aquello? Nadie estuvo ahí excepto Carlo, él y …

- ¿Lucy?- dijo con espanto Franz.

Rayos y truenos retumbaron por doquier, la lluvia azotaba con toda su furia la casa, las contraventanas se cerraron de golpe y de repente… una ráfaga de viento apagó toda la casa dejándolo a oscuras. Risas y lamentos se escucharon ahora de forma clara, no había ya forma de equivocarse. Franz temblaba de miedo y miró, por primera vez, a la mujer que tenía delante. Ya no era la mujer hermosa de hace unos instantes, ahora era… Lucy pero a diferencia de aquella que conoció hacía años, ahora estaba descompuesta, su cara tenía una sonrisa descarnada, sus ojos eran solo un par de cuencas vacias, su piel hecha jirones y… una llave en la cabeza. Buscó a Carlo y ahora estaba frente a la puerta, abierta, viendo sin ver, escuchando sin escuchar.

- ¡Jajajaja! Tu amigo se está enfrentando a su porvenir, esta viendo todo lo que le ofrece la oscuridad, lo que él mismo construyó con su vida. No puede salir de ahí. Se hundirá en el abismo y no volverá nunca mas a esta vida.

- ¡Carlo!- gritó Franz pero vió con desesperación que su amigo no reaccionó sino que dio un paso hacia la puerta. ¡NO¡ ¡CARLO! ¡ESPERA! – pero su amigo no lo oia ya. Se volvió hacia Lucy, que estaba ahí, quieta, disfrutando el momento. Corrió hacia la puerta y escuchó tras de sí la risa maligna de Lucy pero no importó, nada lo detendría en aquel lugar infernal, pero su sorpresa fue mayúscula cuando, al llegar a la puerta, se encontró que estaba sellada. Miró a todos lados y lo mismo, ya no existían ventanas. Vio en ese instante como unas manos abrazaban a Carlo y lo dirigían hacia el interior de ella, hacia la obscuridad. Cuando su amigo la atravesó se cerró de golpe y un grito de ultratumba llenó el ambiente.

- ¡Jajaja! – las carcajadas infernales de Lucy se dejaron escuchar- todos esos lamentos, todos esos llantos, son las almas de los que quedaron atrapados aquí Franz. ¡Yo los maté! ¡yo los dejé atrapados aquí para toda la eternidad! ¡conmigo! ¡jajaja!. Y tú mi amado Franz, serás mi esposo, como me lo prometiste hace veinte años – el ambiente estaba cargado de malicia, de odio.

Franz corrió escaleras arriba, buscando un lugar donde esconderse de aquel ser sobrenatural. Llegó al cuarto que les había ofrecido para su descanso, entró y cerró. Caminó tambaleante hacia el centro del cuarto y al alzar la vista vio con asombro que el cuarto ya no era aquel que habían visto unas horas atrás. Ahora estaba descuidado, roto, podrido. Olía a muerte. Cayó de rodillas y sintió convulsiones en su estómago debido al miedo, al terror que sentía. De repente, sintió algo en la mano que le lastimaba, se la laceraba, la abrió y con asombro vio el crucifijo. No sabia como llegó a su mano pero ahí estaba. Afuera, risas, carcajadas malignas y un gemido de la escalera. Lucy subía. Franz veía con tristeza la cara del Cristo crucificado, no se acordaba de aquellas oraciones que su madre le había enseñado de niño. Otro crujido, ella se acercaba. Toda su vida comenzó a pasarle por su mente: robos, mentiras, muertes, dinero mal habido. Un paso mas, Lucy reía. Familias destrozadas, rotas, debido a su ambición. Carcajadas infernales, Lucy estaría a la mitad del camino. Lágrimas que rodaban por sus mejillas, su vida había sido un desastre, llena de envidias y malversaciones. Las tropas del averno se acercaban y escuchaba la voz de Lucy gritando que él había renegado de Dios como ella lo hizo en el último instante de su vida. Mas lágrimas de arrepentimiento y apretaba al Santo Cristo en su pecho. Silencio. No mas pisadas. No mas risas. No mas llantos. Franz miraba al crucifijo cuando una lágrima de arrepentimiento cayó sobre el Cristo y susurró: perdóname. Se escuchó un angustioso grito, lleno de odio: ¡NOOOOOOO!. Y luego… algo estalló.

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Tres días después un grupo de rescatistas llegaron al lugar donde sucedió el accidente. El coche se había hecho trizas contra una piedra. Hacía un día que recibieron una llamada de la capital avisándoles de la desaparición de un empresario y de un abogado. El capitán del grupo se preguntaba dónde se encontrarían los cuerpos. Oyó el chasquido de su radio y luego la voz de uno de sus hombres: Señor, encontramos a uno. Cuando llegó al lugar no notó nada extraño solo el cuerpo muerto de un hombre rubio tirado en la mitad de la nada, con ropas podridas que lo cubrían. Franz había logrado salir.

1 comentario:

Lily dijo...

Muy bien Arturo, me gusto mucho !!!!